«Podemos frenar el cambio climático, impugnando el sistema, con más acciones colectivas»
¿Hablas de cambio climático en la peluquería? Si en una peluquería hablamos de todo: «de chismes del barrio, de tu familia y de lo que harás para cenar»… ¿Por qué no normalizamos hablar también de uno de los problemas más cotidianos actualmente? ¿Por qué no hablamos del cambio climático?
Desde Valencia, el ambientólogo Andreu Escrivà nos concede una entrevista online para hablar del cambio climático. La anécdota que nos cuenta nada más empezar nos despierta una sonrisa: ha logrado que su peluquera le envíe todos los vídeos -a veces negacionistas- que le llegan. “Me dice: “Andreu, esto es verdad”. Y yo le cuento que no”, como buen divulgador, especializado en el cambio climático, se lleva el trabajo a todas partes. Y nos invita a todas a hacerlo.
“La gente se ríe y les sorprende que hable con mi peluquera sobre el cambio climático”, dice Escrivà, medio en broma. Pero la cosa es seria, porque, afirma, es necesario que en muchos más ámbitos esté presente el tema. La cotidianidad debe estar impregnada de este debate, en el que muchas más debemos implicarnos.
En Somos Conexión también queremos hacer nuestra la labor de divulgación, de sumar acciones hacia una toma de conciencia colectiva. Como organización, es uno de nuestros principios y valores éticos: somos y queremos ser telecomunicaciones (aún más) responsables.
Una sociedad poco o mal informada
¿Pero qué más debe decirse de la emergencia climática? Empecemos con esta pregunta, porque puede parecernos que no hacemos más que charlar de esto…
«No es tanto que tengamos que decir más cosas como que las tengamos que pensar juntas», responde. Sí, hay materia científica de sobra para actuar contra el cambio climático. Hay una parte de la población interesadísima en este tema… pero no es suficiente. “Después sales a la calle y no encuentras, ya no la concienciación, sino el nivel de conocimientos que deberíamos tener como sociedad informada”.
Hay cuestiones que se han incorporado en nuestro día a día, y esto “no ocurre con el cambio climático”. Con la crisis económica de 2008, por ejemplo, rápidamente se incorporó mucho contenido a las escuelas y en todas partes se hablaba. «Con el cambio climático, pensamos que con saber qué está sucediendo y que hay que hacer algo, -que los gobiernos deben hacer algo- ya lo tenemos».
Y no es así. Andreu Escrivà reivindica que en nuestra sociedad “falta cultura científica, falta cultura climática. Y sobre todo falta extender esta conversación a todos los ámbitos de la sociedad.”
“Es raro”, parece que coincide el antropólogo Jason Hickel en esta entrevista en La Marea Climática, porque «todo el mundo entiende más o menos lo que está ocurriendo, y sabe más o menos cómo solucionarlo, pero nada cambia”. Y continuaremos fracasando en el intento, dice, hasta que “nos hagamos cargo” que la razón de esta inacción es la estructura económica en la que estamos atrapadas.
Además, dice Escrivá, hablar mucho de ello no sirve si la voz que habla es “unidireccional”, como “un flujo de sabiduría” irrebatible, con lo que no se puede dialogar. Para hacernos nuestro el relato debemos reflexionar colectivamente. Y, afirma, «que aquí es donde todavía estamos atascados».
Sin embargo, hay rendijas. Hay maneras y cómo abrir esta conversación. Marina Garcés, en el libro Nueva ilustración radical (Anagrama) habla del «tiempo de prórroga”, un tiempo «que nos damos cuando hemos concebido, y en parte aceptado, la posibilidad real de nuestro propio final». Y asegura que existe la conciencia de que el capitalismo va contra la vida, y que su premisa del crecimiento infinito es insostenible.
Alerta greenwashing. Sostenibilidad: una palabra vaciada
Garcés apunta que es precisamente esta toma de conciencia colectiva que ha hecho que se hayan tenido que inventar formas de «neutralizar la expresión» con toda una serie de «argucias terminológicas e ideológicas».
Y explica que fue a raíz de esa necesidad que el capitalismo acuñó y propugna el uso de la palabra sostenibilidad, o desarrollo sostenible: ha sido, desde los años setenta (Informe de El club de Roma Los límites del crecimiento, 1972), “una de las principales estrategias de contención de la crítica radical en el sistema”.
Siguiendo este hilo, Andreu Escrivà reafirma que hablar de sostenibilidad tiene el objetivo de apuntalar y sostener en el tiempo «un sistema inherentemente insostenible, un sistema de producción y consumo basado en un crecimiento perpetuo en un planeta con recursos finitos».
El ambientólogo identifica dos problemas del impacto de este relato promovido por las grandes empresas (las transnacionales petroleras, entre otras).
Por un lado, que detrás del concepto del desarrollo sostenible existe una visión economicista de la realidad, «absolutamente anacrónica», que «básicamente niega los límites físicos de nuestro planeta» y lo deja todo en manos del mercado. Un discurso del “ya lo haremos”: “ya seremos más eficientes con energías renovables, ya encontraremos la manera de llegar a la sostenibilidad”.
Por otra parte, considera conflictivo el hecho de que se haya dado a la palabra sostenibilidad una connotación positiva per se. Lo vincula con el desconocimiento sobre cuestiones climáticas y la falta de cultura científica en la sociedad: “nos venden productos (un coche, unos zapatos, una camiseta…) como sostenibles, ¡y pensamos que estamos salvando el planeta!”. Pero seguimos consumiendo recursos, gastando energía.
Esto “no quiere decir que si algún colectivo o empresa le pone el sello de “sostenible” a lo que hace, automáticamente sea greenwashing”. «Hay mucha gente haciendo cosas positivas y trabajando mucho bajo el paraguas de la sostenibilidad», dice Escrivá. Lo que hace falta es desmontar «el vaciado y la mercantilización sistemáticos de la palabra».
Nos ocurre que “nos hemos quedado con la pata ambiental de la sostenibilidad”. Que un proceso sea sostenible implica también una pata económica y una la social. Andreu Escrivà considera que nos hemos olvidado de las dos primeras: “compramos camisetas “sostenibles” hechas en la otra punta del mundo, en condiciones inhumanas. Y, sin embargo, estamos muy contentos porque el algodón es orgánico”. O compramos zapatos hechos con caucho reciclado, pero no nos preguntamos de dónde viene la piel del zapato, y quién lo ha manufacturado. ¿Te suena?
En definitiva, “la sostenibilidad, ahora mismo, es una herramienta al servicio del sistema, del productivismo, del crecimiento. Y sobre todo, una herramienta de marketing”.
Conceptos alternativos para desmontar el relato cooptado por el capitalismo
Debe recuperarse, pues, el significante del que la palabra ha sido vaciada. Si ahora mismo, según Andreu Escrivà “la sostenibilidad es algo vacía, que flota en el ambiente y que puedes llenar de lo que quieras”, deberíamos empezar a pensar en otros términos. Otros conceptos, ideas-fuerza que describan mejor la propuesta.
Y él mismo apunta hacia dos criterios que nos permitan encontrar las palabras adecuadas. En primer lugar, que esta palabra “ni sea cooptable por el mismo sistema que ha pervertido la sostenibilidad, ni pueda ser despejada” y, en segundo, “que apele directamente a emociones humanas”.
No se queda aquí: nos hace propuesta de terminologías, que considera “no pueden ser adscritas a la ideología crecentista”, y que tienen un “peso específico que las hace difícil de pervertir”:
- Racionamiento. Es una palabra que apunta a limitar y repartir el consumo de recursos. Según Escrivà, aunque es interesante hacerla aparecer, “puede ser vista de forma muy negativa” porque “remite a una época oscura, indeseable” (el franquismo y las cartillas de racionamiento de alimentos para las clases trabajadoras), y limitadora de la “libertad”.
- Planificación. Un concepto mucho más sencillo de entender, porque lo utilizamos a menudo: la semana, las vacaciones, el trabajo… nos los planificamos para que los recursos que tenemos (tiempo y dinero) son limitados. El problema cuando lo trasladamos al ámbito planetario es que “estamos actuando como si tuviéramos recursos ilimitados en un planeta con recursos limitados; y como si tuviéramos un tiempo ilimitado para actuar, cuando no es así”.
- Priorización. Una vez que hemos planificado, entra en juego priorizar. Volviendo al ejemplo de las vacaciones, cuando viajamos, “tendremos que ver unas cosas y tendremos que dejar fuera del plan otras: tendremos que priorizar. Y lo haremos según «una escala de valores, unos criterios». El ambientólogo explica que «como sociedad debemos priorizar colectivamente, en un esquema de planificación democrática, que tenga como objetivo la redistribución y la justicia social».
- Decrecimiento. Da miedo ¿verdad? Para tranquilizarnos, Andreu Escrivà la disecciona: el decrecimiento es, en realidad, “una planificación para reducir de forma democrática y justa el consumo de recursos y materiales”. No todo el mundo debe reducir el mismo volumen de consumo: quien consume más energía y recursos (países, empresas y personas) tendrá que disminuirlo, pero habrá quien continuará consumiendo porque su acceso a recursos es limitado actualmente, y, por tanto, su consumo es insuficiente para vivir bien. La ventaja innegable de este término es que el capitalismo nunca se lo apropiará, «porque el capitalismo o bien crece o colapsa».
Por último, el ambientólogo hace énfasis en recuperar estas palabras siempre (“¡siempre, siempre!”) con una mirada humana.
Lejos de una priorización o planificación “que busque la eficiencia a través de un simple algoritmo”, estas deben estar «basadas en el bienestar humano, la felicidad, los cuidados, la salud». Tener como punto de partida y de llegada la vida buena, el buen vivir. «Yo creo que allí es donde debemos dirigirnos», concluye.
«Aún no es tarde» para poner en marcha las utopías
Para hacer posible esta afirmación, que encabeza el primer libro del autor,”lo primero es creérsela”. “La temperatura en el planeta ha subido entre 1 y 1,3 °C… ¡Pero aún queda mucho para llegar a los 4 grados! En nuestro país hemos perdido cultivos en zonas inundables, bosques, zonas costeras, patrimonio…Hemos perdido mucho, ¡pero queda mucho más por salvar de lo que hemos perdido!”, exclama Escrivá. «Lo que debemos convencernos es de eso». Y después debemos ver cómo hacerlo operativo.
En su libro anterior (Y ahora yo qué hago, Capitán Swing) aparecen mucho las utopías y las distopías, el autor habla mucho de imaginar. Quizás fruto de una experiencia colectiva como fue la COVID, o de la que ya se estaba hablando de ello desde diversos ámbitos, “en nuestra generación está muy presente la narrativa y la preocupación en torno al futuro”.
“Me he dado cuenta de que necesitamos utopías realistas, que se puedan tocar”, que hacen falta más utopías posibles de alcanzar, que nos empujen a andar. Se acerca así a la mirada de Layla Martínez, escritora, que hace una recopilación de experiencias utópicas (de “mundos mejores”) a Utopia no es una isla. Y también en la de la filósofa Marina Garcés, cuando habla del «presente póstumo» nos lleva a pensar en un futuro que ya estamos transitando como un aliciente y un imperativo a actuar.
¿Qué mejor que hablar de posibilidades utópicas haciéndolo desde las realidades que más conocemos y amamos? Andreu Escrivá lo hace, y nos acerca a su ciudad, poniéndonos ejemplos de utopías tangibles de su territorio. A las que sois de Valencia o la conoce, quizás le sonarán. Y si no, puede intentar imaginarse ejemplos parecidos de los lugares de donde estáis o que le son casa.
Una es el jardín del río Turia de Valencia, que según el Plan Sur, desarrollado durante el tardofranquismo, iba a ser una autopista de coches, y que como explica la historiadora Aitana Guía en La rebelión de los peatones terminó siendo un parque público verde. Y otra es la albufera, una zona húmeda de importancia internacional, Parque Natural, que en algún momento estuvo previsto que fuera drenada y convertida en puerto deportivo.
«Eran distopías y de repente, ahora tenemos utopías». Y son «las que nos dan la fuerza para ir continuando, porque si nos esperamos que se materialice un tipo de utopía a gran escala, la vemos tan imposible que no vale la pena». Y al mismo tiempo, si debemos hacerlo solas, en algún momento desistiremos. El “todavía no es tarde” no debemos pensarlo desde las acciones individuales –que siempre suman- sino de las colectivas que son las únicas que transforman.
Otras telecos para este planeta
Que algunas partes de nuestra realidad puedan tener un impacto transformador puede animarnos, como dice Escrivá, a ser conscientes de que existe la posibilidad de salvar a la Tierra. Citando su libro, afirma que la Tierra “es la única casa que conozcamos, y vale la pena hacer el esfuerzo que sea por salvarla”.
Nosotros nos hacemos nuestra esta afirmación, y queremos aplicarla desde nuestro sector. Estamos convencidas de que otras telecomunicaciones son posibles y decididas a hacerlas reales. Unas telecomunicaciones que contribuyan a esparcir esta conciencia colectiva y difundir una práctica que tenga un impacto positivo en la transición ecosocial. Por eso queríamos saber la opinión de Andreu.
Escrivá considera que las telecomunicaciones tienen mucho que hacer, y pueden hacerlo. Y nombra tres ejes de actuación:
- En el impacto ecológico “hay mucho margen por mejorar”. Las telecos, sobre todo, que tienen una gran “huella” en cuanto a emisiones de carbono, y también en la extracción de materiales para fabricar aparatos tecnológicos. Por tanto, cualquier entidad pública o privada de este ámbito “tiene mucho campo por recorrer”. ¡Ya nos podemos poner a trabajar!
- La organización. Que la entidad que presta el servicio tenga y actúe desde unos objetivos claros es importante. Esta forma de hacer diferente debe poder impregnar también trabajadoras y socias o usuarias “que pueden actuar de diseminadoras de estas ideas. Si las trabajadoras de Apple están tan contentas de trabajar, debemos tener orgullo de ser parte de una cooperativa que no explota o que no busca el beneficio, ¡consciente de su impacto en el territorio y las personas!”
- La responsabilidad en la difusión de mensajes. Al fin y al cabo, las empresas de telecomunicaciones, son «las que hacen posible el mundo digital que está presente desde que nos levantamos hasta que nos dormimos». A través del cual llegan mensajes negacionistas del cambio climático o que fomentan los discursos de odio. En este marco, las empresas deben poder tomar partido, y encontrar la forma de combatir la desinformación, o “de no ser un canal ni apoyar herramientas de desinformación que tienen su sitio en los canales digitales”.
Andreu Escrivà nos interpela a Somos Conexión: “Estáis en una posición incómoda, porque no sois los responsables de que esto se difunda a través de una conexión vuestra”, pero puede ocurrir. Y, continúa, «hay que encontrar una forma de hacer esta actividad de una forma consciente y responsable». «Modular y restringir los discursos de odio y la desinformación climática», dice, nos corresponde como sociedad. “Las empresas de telecomunicaciones solas no pueden, pero tampoco deben quedarse al margen».
¡Vamos a hacerlo!
Parece que el cambio climático va más de renuncias que de acciones. “Esto es de verdad”, reconoce Escrivà, pero añade: “es una perspectiva eurocéntrica, de personas con cierto privilegio”.
África emite el mismo CO₂ que toda la industria de aviación mundial, un 4-5% del total de las emisiones mundiales. A una persona de los 800 millones que viven en ella no le puedes decir “va de renuncias, eso del cambio climático”, porque no tiene más renuncias a hacer. En las últimas décadas, además, como señalaba un estudio del economista Lucas Chancel en 2020, la clase social también determina las renunciasa hacer. El capitalismo ha desarrollado sociedades tan desiguales, que las emisiones de CO₂ que emitimos dependen ya no del país en el que hemos nacido sino de la clase a la que pertenecemos.
Es decir, EEUU debe bajar emisiones. Pero deben hacerlo los poderosos y ricos de EEUU, no todas las regiones o municipios por igual.
Hay que hablar, pues, de renuncias para interpelar a los ricos, a las empresas. Pero para el resto, Escrivà ha encontrado un concepto más estimulante. ¡Os lo explicamos!
El ambientólogo nos pone sobre la mesa la idea de «hacer un cambio cultural», un cambio de sistema de valores. Si hablamos de renuncias seguimos en el marco en el que “yo quiero hacer un viaje en avión, tengo derecho a hacerlo, el dinero y el tiempo, pero renuncio porque soy súper guai y quiero salvar el planeta”. En cambio, podemos preguntarnos: “¿Necesito ir a este sitio? ¿Hay algo más cerca? ¿Puedo ir en tren? ¿Conozco todo lo que tengo cerca?”. Así no estamos renunciando a nada, sino que estamos escogiendo disfrutar de otro tipo de vacaciones.
Y eso con muchas apuestas: cambiar el paradigma de transporte en las ciudades, “porque los volúmenes de dióxido de azufre y nitrógeno nos están matando”, comer menos carne para el bienestar humano pero también animal y del planeta, etc.
Andreu Escrivà asegura que es posible, y que no siempre es fácil, sin embargo. “Ámsterdam no ha sido siempre la Ámsterdam que conocemos. En los años 60 estaba llena de coches”, el ejemplo está claro. Actualmente, sus habitantes no piensan que hayan renunciado en el coche: “piensan que viven en una ciudad más amable, más saludable, con mejor calidad del aire”.
Y concluye: “no es ir hacia atrás, sino avanzar hacia una vida distinta, construir otra forma de ser humanos en el siglo XXI, asumiendo nuestra responsabilidad -¡porque vivimos en un país rico independientemente de nuestro nivel de renta!-: debemos luchar para que estructuralmente se hagan muchas transformaciones.”
“No se nos ocurre nada mejor para terminar”, confesamos a Andreu Escrivà cuando nos responde la última pregunta de esta entrevista. Su tono cercano y sus habilidades pedagógicas nos dejan sin mucho que añadir. Pero sí con mucha energía para ponernos manos a la obra, y hacer juntas el trozo que todavía nos queda por recorrer hacia una transición ecosocial justa que nos permita, colectivamente, detener el cambio climático.
En nuestro caso, ¡desde el ámbito de unas telecomunicaciones consciente y transformadoras!