La adicción al móvil en la adolescencia. Consecuencias y herramientas para prevenirlas.
Una de las primeras acciones que hacemos la gente adulta cuando suena el despertador -o lo que es lo mismo, la alarma del móvil- es un scroll de reconocimiento: mensajería instantánea, correo y redes sociales.
Todo en orden (o no), pero ponemos en marcha el día mirando la pantalla. ¿Nos sorprende que nuestros hijos e hijas adquieran este hábito?
A las familias, sobre todo si los niños han llegado a la adolescencia, les preocupa con creces la relación que establecen con las tecnologías, y más concretamente con el móvil.
“¡Son adictos!”, decimos, a menudo a la ligera, sin ser muy conscientes de lo que implica sufrir una adicción reconocida como tal.
Nomofobia, ¿una fobia o una adicción?
De hecho, técnicamente, aún no existe una adicción a internet, al teléfono o a las redes sociales descrita por la comunidad psiquiátrica (sí que está reconocida la adicción a los videojuegos).
Aunque la adicción no está reconocida, los profesionales ya hablan de la nomofobia, del inglés “NO-MObile-PHOBIA”, que se define por un miedo irracional a estar sin teléfono.
¿Pero tiene sentido hablar de fobia a no tener con nosotros un elemento que nos genera gratificación instantánea? ¿No es exactamente ésta la definición de una adicción?
En Somos Conexión creemos que hay que hablar sin tapujos y decir las cosas como son: el móvil genera adicción, y aunque muchas adultas también dependemos en exceso, las y los adolescentes son quienes tienen más tendencia a verse afectadas. También son el grupo que puede sufrir unas consecuencias más graves, debido al punto del proceso madurativo en el que se encuentran, y en el que el entorno les influye de forma más intensa.
Y es que según algunos estudios como Consumir, crear, jugar. Panorámica del ocio digital de la juventud de la FAD, los adolescentes permanecen una media de 7 horas diarias en el entorno digital.
La realidad es que ya son muchos los padres y madres que han acudido a los servicios de salud con gran preocupación y sin saber qué hacer. Y varios hospitales han habilitado ya servicios especializados en esta problemática.
Es evidente que la cosa va en serio. Pero ¿por qué ocurre?
¿Qué sucede en los cerebros de las y los adolescentes para desarrollar esta adicción?
El sistema de la recompensa variable
Hace siglos que se conocen los efectos adictivos de los juegos de azar pero no fue hasta la década de los 50 que el científico B.F. Skinner le dio una explicación racional y un nombre científico a este fenómeno.
Lo que Skinner descubrió debería explicarse en todas las escuelas y también los adultos deberíamos entenderlo y asimilarlo. Hablamos del «sistema de la recompensa variable».
Este efecto se produce en nuestro cerebro cuando, por ejemplo, jugamos a los juegos de azar, y se explica a nivel evolutivo. Según los experimentos realizados por Skinner, cuando realizamos una acción y obtenemos una recompensa por realizar esta acción, nuestro cerebro dispara una dosis de dopamina, también conocida como la hormona de la felicidad y una de las que generan mayor adicción.
Repetimos: el simple hecho de recibir la recompensa genera la dosis de dopamina, no el hecho de disfrutarla.
Esto provoca que sigamos buscando nuevas recompensas aunque ya lo hayamos conseguido.
Algunas veces recibiremos la recompensa y otras no, y este hecho es lo que nos produce la necesidad de seguir y seguir buscándola. De ahí el nombre de recompensa “variable”.
Se puede entender mucho mejor el alcance de este sistema de recompensa variable en este artículo indispensable.
Las redes sociales, el caballo de Troya
Pues bien, el mecanismo psicológico detrás de la mayoría de redes sociales es exactamente el mismo: el de la recompensa variable.
En vez de recibir una compensación económica recibimos (o no) un like, un comentario, una actualización de seguimiento… Y esto dispara la dopamina en nuestro cerebro.
Evidentemente, cuando aparecieron las primeras redes sociales, nadie podía intuir esos riesgos.
De hecho, en un inicio todo lo que se proyectaba de estas redes era maravilloso: un sistema para acercarnos a las personas queridas, para compartir, incluso para organizarnos como ciudadanía… Lo último que podíamos imaginar es que las personas que estaban diseñando estas redes, en realidad, no tenían ningún tipo de escrúpulo.
Justo ahora empezamos a ser conscientes de ello. Por el camino, toda una generación de adolescentes enganchados al móvil.
Y después de ese caballo de Troya que han significado las redes sociales, la industria del entretenimiento digital se ha desbocado.
Actualmente, la mayoría de juegos online funcionan con cofres: unas cajas virtuales que incluyen diferentes recompensas que te ayudan a avanzar en el juego. La mayoría de estas recompensas tienen poco valor, pero de vez en cuando recibes una de mucho valor…
Os suena?
Los efectos colaterales: falta de autoestima y síndrome FOMO
Todo este sistema de recompensas variables estructurado en torno a los likes y loves tiene aún otro efecto pernicioso que va más allá de la adicción.
Antes, los adolescentes no tenían indicadores para medir algo tan efímero, pero tan importante, como la popularidad.
Ahora sí que se puede medir e incluso se puede manipular el escaparate para aparentar ser “más” de lo que en realidad se es. Más guapo. Más interesante. Más popular. Y la unidad de medida básica de todo esto es el like.
El uso cotidiano de las redes sociales ha trasladado la necesidad de aprobación al entorno digital. Si no recibimos los likes, no sólo nos quedamos sin nuestra dosis, sino que encima vemos afectada nuestra autoestima.
En 2017, Sean Parker, uno de los creadores de Facebook, reconocía en una entrevista que la red social había sido diseñada para explotar una vulnerabilidad de la psicología humana. La idea era simple: convertir Facebook en un “circuito cerrado de retroalimentación de validación social”.
Evidentemente, esto es extrapolable a las demás redes sociales.
De hecho, el impacto de las redes sociales que giran en torno a lo visual y explotan la exposición de la propia imagen (como Instagram,Tik Tok o BeReal) en la autopercepción de los y las adolescentes es aún más elevado y así lo han alertado varios estudios. Incluso los internos: en septiembre de 2021, The Wall Street Journal hacía público un documento interno donde la misma empresa reconocía que Instagram actúa contra la autoestima de una de cada 3 adolescentes.
Cabe decir que la empresa no ha hecho nada o prácticamente nada para cambiar esta situación y los jóvenes siguen compartiendo en las redes su vida minuto a minuto.
Otra prueba de ello es que TikTok en China está pensado para evitar estos problemas: la versión infantil tiene perspectiva educativa, con contenidos adaptados y un límite de minutos de exposición diarios. Mientras que en la versión internacional el algoritmo funciona como en el resto de redes. De hecho, un analista de Google declaraba en este artículo que “la versión China y la de EE.UU. podían ser comparadas, en términos de adicción, a las espinacas y al opio respectivamente”
Pero éste no es un comportamiento exclusivo de los adolescentes. Somos muchas las que aplicamos filtros, ensayamos posturas, inventamos decorados o disciplinamos los objetos en torno a una mesa para conseguir una foto que opte a tener muchos likes.
¿Viven -vivimos- una vida paralela a través de la pantalla? El hecho de que la profesión (¿profesión?) de influencer sea una de las más mencionadas como el ideal laboral de muchos adolescentes debería darnos pistas.
Otro trastorno del que a menudo somos poco conscientes es el llamado FOMO, por sus siglas en inglés («Fear Of Missing Out»). Es el miedo a pensar que está pasando algo y nosotros no estamos enterados o nos lo estamos perdiendo.
En el fondo es un miedo muy antiguo y natural, especialmente durante la adolescencia: el miedo a quedar excluidos del grupo. Si no hemos compartido esta experiencia con el grupo, nos quedamos fuera de éste.
El FOMO se traduce al entorno digital en una actualización constante de todas las redes sociales y aplicaciones de mensajería de forma obsesiva. En cuestión de minutos revisamos todas aquellas aplicaciones susceptibles de ser actualizadas y lo hacemos de forma automatizada.
Otra función diseñada para explotar este “miedo” es el scroll infinito. Saber si nos estamos perdiendo algo es tan fácil como realizar un gesto con el dedo, y como siempre aparece algo nuevo, esto refuerza nuestro comportamiento.
¿Cuántas veces al día lo haces tu? Estos hábitos también los transmitimos a los niños de forma inconsciente.
Las relaciones personales a través del móvil
Relacionarse únicamente a través del móvil puede tener sus complicaciones a la hora de desarrollar habilidades sociales. Y en la adolescencia es justamente cuando desarrollamos estas habilidades.
Es el momento de hacer pandilla, de las primeras citas… Se trata de una época donde las niñas y niños reducen la comunicación con los adultos al mínimo (a veces cuesta saber si todavía viven con nosotros) y, por tanto, la mayoría de las interacciones se producen con gente de su edad.
Si la única forma de comunicarse es a través del móvil, esto puede hacer que no adquieran habilidades sociales básicas.
¿Por qué?
Cuando interactuamos a través de las redes o aplicaciones de mensajería, se pierde el impacto de la comunicación no verbal que es una fuente de información muy valiosa. Ellos y ellas mismas reconocen que a menudo existen malentendidos o tensiones por este motivo.
En el estudio «Las TIC y su influencia en la socialización de los adolescentes» publicado por la Fundación Ayuda a la Drogoadicción, los expertos señalan que los y las adolescentes se hacen fuertes en la comunicación digital por la “mampara” ilusoria que crea la virtualidad pero después les cuesta mantener la relación en el mismo nivel cuando se encuentran cara a cara.
En otras palabras, nuestro futuro como especie es acabar perdiendo la capacidad del habla en favor de unos pulgares hipermusculados que nos permitirán escribir con el móvil todo lo que no decimos con la voz.
Bromas aparte, aún no sabemos qué efectos reales tendrá todo esto en el futuro de la juventud, pues estamos hablando de una generación entera que está haciendo de prueba piloto. Pero cabe preguntarse: ¿serán estas generaciones capaces de espabilarse en el mundo no-virtual? ¿Serán felices en sus relaciones personales? ¿Tendrán una perspectiva propia de la realidad que les rodea? ¿Inquietudes y criterios para tomar decisiones en su vida social, profesional, etc.?
¿Qué podemos hacer las familias para prevenir un mal uso del móvil?
En primer lugar, ser ejemplo, si nuestros hijos e hijas nos ven, desde pequeñas, enganchados a las pantallas, no esperemos que cuando entren en la adolescencia, de ellos salga ningún otro hábito distinto por iniciativa propia. Pronto querrán tener sus propios dispositivos para ganar autonomía en su uso, para divertirse y para relacionarse.
De hecho, lo ideal es retrasar al máximo ese momento e introducir el móvil de forma gradual en sus vidas, tal y como explicamos en la “Guía para familias crueles y malvadas” una guía con consejos y trucos para introducir el móvil a los más pequeños de una forma consciente.
¿Y si la situación empieza a sobrepasarnos?
-Todo esto está muy bien, pero mi hijo es ya adolescente y creo que ya tiene un problema.
Para tener la certeza de que es necesario actuar, encontramos algunos indicadores típicos que podemos tener en cuenta:
- Bajada del rendimiento escolar
- Trastornos del sueño o somnolencia (esto nos indicará que se pasa la noche con el móvil)
- Signos de estrés y alteración si le retiramos el móvil
- Falta de relaciones fuera del móvil
- Pérdida de interés por otras actividades
- Signos de ansiedad, tristeza y depresión
Para aquellas familias que ya se encuentran en una situación compleja, lo primero es decir que como personas progenitoras, tienen la responsabilidad sobre sus hijos e hijas y también la capacidad de establecer unas normas que deben ser respetadas.
Desde el entorno familiar podemos ayudar mucho a enderezar la situación. Podemos ayudarles a entender la situación y tener una mirada crítica si les explicamos nuestras inquietudes. Quizás no sea una conversación muy fluida, pero ir lanzando cuestiones que les puedan hacer reflexionar sobre el uso que hacen de las redes y de internet, puede ayudarles en el proceso.
Hay muchas otras cosas que, como madres y padres, tenemos el derecho y la responsabilidad de hacer. Se puede pactar un tiempo máximo y un horario concreto, se pueden desactivar las notificaciones (si no hay notificaciones, no hay necesidad constante de realizar actualizaciones), se puede monitorizar el dispositivo de los hijos e hijas (existen infinidad de aplicaciones que lo permiten).
Ahora bien, si todo esto no funciona y nos encontramos en una situación donde el adolescente sobrepasa constantemente los límites acordados o se las apaña para evitar el control que podamos hacer, y nada de lo que hacemos parece tener efecto, no debe preocuparnos acudir a profesionales.
La primera fuente de consulta debe ser nuestro pediatra o nuestro servicio de salud de referencia.
También podemos llamar al 061 si nos encontramos en una situación particularmente grave y que requiere asistencia inmediata.
Debemos pensar que todo esto lo hacemos por su bien pero también por el bien de la unidad familiar. Al final, estos comportamientos no sólo afectan al adolescente, pueden afectar también a hermanos y hermanas, a otros adultos cercanos o a nosotros mismos. Cuanto antes actuemos, mejor.